Cuando repartió sus cosas,
nos entregó recuerdos con historias.
A mí me dejó la pulsera trenzada de oro,
un lazo que no se ve pero que pesa en el alma.
En ella llevo su cuidado, su fuerza
y, el silencio de todo lo que quiso
decirnos sin palabras.
Que nunca olvidemos:
lo que realmente queda,
son los lazos que construimos.

